Por: William Salazar
Agosto de 1987, Medellín, Colombia. A la sombra del poder de Pablo Escobar, que a través de su integración vertical magistral del negocio de la cocaína, estaba a semanas de aparecer en la primera lista de multimillonarios de Forbes – y se mantuvo durante siete años-; de la estela de muerte que ya dejaba sobre policías, jueces y periodistas, meses después caerían las bombas sobre civiles e inocentes; se estaba tejiendo otra red criminal, la de los paramilitares.
A finales de los años setentas del siglo pasado, campesinos del Magdalena medio colombiano habían conformado grupos de autodefensa –paramilitares-, para responder a los abusos de la guerrilla: secuestros extorsivos, asesinatos, abigeos, cobro de derechos por tenencia de tierras y animales; su ley era la ley en tierras donde no hacia presencia el gobierno. Con la compra por parte de Escobar de miles de hectáreas de tierras en la zona, comenzaron los financiamientos de los narcos a estos grupos, a cambio de protección a sus propiedades y a sus laboratorios de procesamientos de coca.
Estos grupos, “los paracos”, se convirtieron en la estrategia contrainsurgente política de esos tiempos. Originados, como ya se dijo, por los excesos de la guerrilla, se convirtió en un proyecto político, militar, social y económico que tuvo como método de lucha las masacres, los desplazamientos de la población civil y asesinatos selectivos, de todo aquel colombiano que oliera a izquierda. La izquierda de manera tradicional se asociaba y se asocia, con la guerrilla.

Héctor Abad Gómez fue asesinado por paramilitares la tarde del 25 de agosto de 1987 en Medellín. Abad, de 65 años, era un médico salubrista y profesor emérito de la Universidad de Antioquía. Para el momento de su asesinato, había tomado las banderas en contra de la violencia que azotaba al país. Defensor de los derechos humanos, con opiniones muy claras sobre las prioridades en el gasto público, le parecía imposible que un país con tanto recursos hídricos, humanos y agrícolas, las necesidades básicas no estuvieran cubiertas.
Pacifista, sonriente, alegre y educado. En palabras de don Antonio Machado, un hombre bueno. El doctor Abad decía y practicaba que el mejor método de educación era la felicidad. Buscaba encontrar en sus hijos, su familia, sus amigos y sus alumnos, los talentos para resaltarlos y estimularlos. Su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, es enfático en afirmar que “papá sabía quién era bueno para ser radiólogo o internista. Quien para ser madre o escritor. Por eso fue tan excelente profesor, veía para qué servían sus pupilos, y se los decía, para que lo desarrollaran y fueran felices en sus trabajos”.
“Si me mataran por lo que hago sería una muerte hermosa”, auguró el doctor Abad años antes de morir. Y sí, fue un héroe. Médico preventista, fue adalid de la higiene y de la salud pública. Iba a los pueblos a vacunar, a construir alcantarillas y acueductos. Cuando descubrió, gracias a las estadísticas, fue su herramienta más útil, que en su sociedad la gente ya no se moría de diarrea sino de la violencia entre unos y otros, sintió que tenía que hacer más.
Participante activo de muchas marchas en los años ochenta, marchas silenciosas de pañuelos blancos, donde denunciaba, junto a sus columnas de opinión, las condiciones sociales y marginales de los más pobres de Medellín. Y aunque siempre militó en la izquierda, su paso por la política fue bajo las toldas del partido liberal. Pero considerado subversivo por sus ideas sociales, fue acribillado a tiros y cayó en un charco de sangre donde minutos después lo encontraría, aun caliente, pero muy quieto, su esposa y su único hijo varón, el escritor.

El inicio de un poema encontrado en el bolsillo de su saco ensangrentando en esa tarde fatal, sirvió de título para que dos décadas después, el escritor narrara su vida en la más celebrada de sus obras: El olvido que seremos. Una historia de amor, de perdón, de dolor y de olvido. Un libro que se ha vuelto un hito dentro de la literatura latinoamericana, traducida a mas de veinte idiomas y hoy, una película galardonada con un Goya.
El amor incondicional de un padre a su hijo y viceversa, es contado de manera hábil, lineal y en un español sencillo y correcto a través del recuerdo. Cada frase encapsula aquello que el difunto solía decir, lo que el llamaba las cinco aes, que todo ser humano necesita para vivir, aire, agua, alimento, abrigo y amor.
Cada página es una puerta íntima a la relación entre padres e hijos, entre libros y religión, entre la vida social y la privada, entre la vida y la muerte, entre la memoria y el olvido. Es recorrer los momentos de una familia típica latina. Sus paseos, el colegio, la prosperidad, los escarceos sexuales, la muerte de los cercanos, la partida del padre. Es leer las virtudes, los vicios, las contradicciones y las complejidades de una vida familiar.

Son 250 páginas fáciles de leer. Son 186 minutos de su adaptación cinematográfica fáciles de ver. Uno y otro han cosechado un sin número de reconocimientos. Uno y otro son una pequeña obra de arte. El arte de amar, de adorar, de cubrir de besos, de mimar, de amar, para no ser hoy, el olvido que seremos…

El olvido que seremos es el retrato del doctor Héctor Abad, un padre amoroso y un hombre bueno, asesinado por los paramilitares. Aquí lo vemos retratado con su familia. Cortesía Revista Semana.
Referencias:
- El estante literario. Tres buenas razones para leer y ver El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince. 21-06-2021. https://elestanteliterario.com/blog/3-razones-el-olvido-que-seremos-hector-abad-faciolince/
- Rojas, Ana Gabriela. Héctor Abad Faciolince: «Escribir del asesinato de mi padre fue sacarme de dentro algo muy importante, a veces como un tumor, a veces como un hijo». BBC NEWS. 4-11-2019- https://www.bbc.com/mundo/noticias-49943281
- LaFuente, Gumersindo. Héctor Abad Faciolince: «Estoy muy orgulloso de mi papá, claro que sí, pero su muerte heroica casi nos destruye». El Diario. 05-05-2021. https://www.eldiario.es/cultura/cine/hector-abad-faciolince-olvido-seremos_128_7900426.html