Por: Josué Efraín Herrera Orea
La conmemoración del quinto centenario de la caída de Tenochtitlán ante las huestes de Cortés le ha colocado grandes signos de interrogación a la relación política y cultural que México mantiene con su herencia ibérica. Ante esta coyuntura, se presenta la oportunidad de extender el cuestionamiento al que, quizá, sea el único fenómeno de masas de la llamada hispanidad: la tauromaquia. Una actividad que, si bien, cuenta con antecedentes profundos, es posible identificarla como una expresión nacionalista de la cultura española. José Delgado Guerra (1796), afamado torero del siglo XVIII, menciona que el toreo:
“Es característico de la nación española… No hay duda, que en esta nación famosa, se ejercita el toreo desde que hay toros; porque siendo propio de los hombres burlar y sujetar a las fieras de sus respectivos países, ningunos mejor habrán ejecutado esta máxima que los españoles que sobresalen tanto en el valor; y sus toros son los más valientes fieros, y feroces que se conocen” (p. 4).

Específicamente, se pueden identificar los orígenes del toreo en España hacia finales del siglo XV durante el periodo de reconquista que concluyó con la caída del emirato de Granada y la consolidación de los reyes católicos como soberanos de la península ibérica. En este sentido, Prieto (2007) argumenta que el toreo cuenta con un origen bélico que toma sentido desde un punto de vista lúdico y deportivo sostenido por la defensa de una fe en particular. Dicho autor subraya de manera puntual estos antecedentes, ya que a la reconquista le sucedió la conquista de América.
Una vez aclarada su procedencia resulta fácil explicar que todo lo concerniente a los toros llegó a México como parte del proceso de colonización. Fue pocos años después de la toma de Tenochtitlán que se registró por vez primera el toreo en el territorio recién ocupado. La relevancia de la tauromaquia es tal que en la Nueva España cada 13 de agosto se incluía el toreo como parte de las conmemoraciones. Incluso, diversos festejos reales y virreinales fueron pretexto para organizar lidias (Flores Hernández, 2015). Asimismo, el toreo fungió como un elemento que permitió la consolidación paulatina del dominio colonial. En este sentido, Fournier (2000) menciona que:
“[…] la lidia taurina, no servía más que a la diversión activa de los dirigentes coloniales, y de igual manera, a la edificación pasiva de las masas dominadas, aún con mayor facilidad, pues era la escenificación de la oposición de la pareja hidalgo/caballo contra un animal entonces considerado como enemigo por uno y otro campo.” (p. 50)
Actualmente, los promotores de la tauromaquia la han proyectado y defendido dotándola de una triple faceta. Como patrimonio cultural, como expresión artística y como deporte. Comenzando por esta última categoría parecería relativamente sencillo pensar en la actividad que rodea a la lidia como una actividad física organizada con fines de algún tipo de competencia y, por tanto, definirla como un deporte. Sin embargo, aun cuando se cuenta con reglamentos, escuelas y demás organizaciones, carece de una estructura institucional a la usanza de otras actividades que podrían compartir la misma tríada de características, tales como la charrería o los juegos y deportes autóctonos. En este sentido, su encuadre dentro del deporte se podría asociar al fuerte desplante mediático que se ha esmerado por largo tiempo en colocar tanto en la radio, el periódico y la televisión a los toros al mismo nivel que el fútbol, la lucha libre o el boxeo.
Desde otra perspectiva, los toros vistos como deporte destacan por su conservadurismo. Mientras que en el alto rendimiento se innova constantemente en tecnología de materiales y la ciencia aplicada al deporte consigue continuamente mejores marcas y facilita la práctica deportiva, en los toros se insiste en el traje de luces y las zapatillas planas. Son este tipo de rasgos los que alejan a la tauromaquia de la dinámica del deporte contemporáneo. Por otro lado, su organización y difusión tiene que ver, más que con la actividad física y el deporte, con el éxito de estructuras sociales y económicas tales como las relacionadas con los ranchos, las haciendas y la ganadería. Es así que se accede al mundo taurino desde posiciones claramente definidas, ya sea como espectador o protagonista, siendo este último círculo bastante cerrado, en donde ganaderos y matadores cuentan con la posición de privilegio. No existen puntos medios en donde se abra la tauromaquia a la práctica popular u organización de forma amateur.
Al considerar las últimas dos facetas resulta útil remitirse al contexto español en donde el torero valenciano, Enrique Ponce, durante una conferencia definió la tauromaquia como “arte de artes”, incluyendo dentro del mismo campo a la música, la pintura o la literatura que haga alusión a los toros (ABC.ES, 2017). Dichas declaraciones hacen eco de un camino más profundo que lleva a la legislación del Estado español. Se trata de una ley publicada en el 2013, la cual establece la obligación de los poderes públicos de proteger y conservar la tauromaquia dada su condición de patrimonio cultural nacional (Boletín Oficial del Estado 272, 2013).
Como se logra ver, no se exagerará al decir que se trata de un asunto gestionado directamente desde el centro de la administración española. Ahora bien, no se pierda de vista la relación histórica mencionada en un inicio. Bajo el esquema federal mexicano y ante la ausencia de una legislación nacional, el acercamiento a los toros depende de los contextos locales. Si bien existe una creciente tendencia que ha logrado colocar cuestionamientos, generalmente encaminados al tema de la protección y dignidad animal, que en algunos casos se ha traducido en legislaciones que prohíben la tauromaquia, también persisten los esfuerzos por mantener su estatus. Basta ver el decreto del gobierno de Aguascalientes en donde se declara a la llamada “fiesta de los toros” como una de las actividades más representativas de la mexicanidad, como ligada a la vida cultura y artística, así como asunto de interés público para su salvaguardia (H. Congreso del Estado, 2011).
Más allá de una coincidencia en los términos, el paralelismo cobra relevancia en tiempos de resignificación, cuestionamiento y replanteamiento de la historia. No cabe duda, por otro lado, que los toros se encuentran impregnados en una parte importante de la cotidianidad mexicana. Será necesario, entonces, ampliar los signos de interrogación y colocarlos con más empeño sobre dicho fenómeno, habrá que insistir en sus implicaciones en términos de poder blando1 y capacidad de influencia entre España y México, su vinculación con determinadas ideologías y agendas. En fin, continuar identificando puertas y llaves que las abran.

[1] El poder blando puede definirse sencillamente como la capacidad de un actor dentro de la sociedad internacional para definir la agenda y atraer a otros a partir de medios que van más allá de la fuerza militar o económica. Joseph Nye (2004) lo identifica como “la segunda cara del poder” (p. 5). Asimismo, el autor citado menciona que se trata de la manera en como se moldean las preferencias mediante la cultura, los valores políticos y la política exterior.
Referencias:
- ABC.ES. (2017, julio 11). Enrique Ponce: «La tauromaquia es el arte de las artes». Recuperado el 7 de septiembre de 2021, de ABC Toros website: https://www.abc.es/cultura/toros/abci-enrique-ponce-tauromaquia-arte-artes-201707111300_noticia.html
- Boletín Oficial del Estado 272. Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural. , (2013).
- Delgado Guerra, J. (1796). La tauromaquia ó Arte de torear : obra utilisima para los toreros de profesion, para los aficionados, y toda clase de sugetos que gustan de toros (Imágenes digitales). Recuperado de https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?path=10077281
- Flores Hernández, B. (2015). LA AFICIÓN ENTRAÑABLE Tauromaquia novohispana del siglo XVIII: del toreo a caballo al toreo a pie. Amigos y enemigos. Participantes y espectadores (Versión electrónica). Recuperado de https://editorial.uaa.mx/docs/ve_aficion_entranable.pdf
- Fournier, D. (2000). Toro y torero en México, los héroes diabólicos de la transición. En F. Navarrete Linares & G. Olivier (Eds.), El héroe entre el mito y la historia (pp. 339–354). https://doi.org/10.4000/BOOKS.CEMCA.1347
- H. Congreso del Estado. Periódico Oficial del Estado de Aguascalientes LXXIV. , (2011).
- Nye, J. (2004). Soft Power. The means to success in world politics. New York: Public Affairs.
- Prieto, F. (2007). Ortega y Gasset, los toros y la posmodernidad. Revista de la Universidad de México, 42, 30–35. Recuperado de https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/a8a9595f-30e7-4561-93c8-04c4704a1ea7/ortega-y-gasset-los-toros-y-la-posmodernidad
Un increíble análisis. Definitivamente es interesante poder saber más acerca de la cultura mexicana. El comparar esta práctica con la teoría del poder blando de Nye, resalta el buen análisis del autor.
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