Damas negras

Por: Ángel Labra

Con el crepúsculo rosado y el sol muriendo entre las colinas, las sombras aparecen como damas negras anunciando la noche próxima. Mientras tanto la lluvia persiste con sus gotas sobre el cauce del arroyo y tu mirada fantasmal se fija al encanto nostálgico del día que termina.

Al caer la noche, las damas negras conquistan el entorno, desplazándose como memorias líquidas que pertenecen a los muertos. Perfuman la estancia con su mortal presencia de flores y acarician nuestros rostros con el soplo vetusto de las personas que nos dejaron.

Acorralado en la soledad de este rincón sin ti, la oscuridad me recibe con sus damas que danzan como recuerdos de mil noches que estuvimos juntos. Damas negras que invaden mi cabeza y me regresan al frío de la noche, y al perfume encantado del primer amor.

En el retrato sepia sobre la mesa, al final del camino floral, las damas negras se topan con la sorpresa otoñal de encontrarse a sí mismas, cuando no eran la añoranza en nuestra cabeza ni el dolor en nuestro corazón.

Así que, en esta soledad de tinieblas, multitudes, colectivos y ausentes, me hallo encantado con la espectral aparición de mis damas, ecos eternos en el ocaso infinito de su existencia.

Ya la luna aclaró la noche, y la lluvia se cansó de llorar. Te volviste la ausencia añorada, el abrazo faltante, y el viaje jamás planeado. Ahora en esta noche de gótico encanto, eres la sombra gentil del sauce, la oscuridad placentera y el relato fantástico del sabio.

Tú que te fuiste sin más, vuelves como el frío refrescante del alba, en el rumor de las olas, en el sosiego de la noche perfumada, y te recuerdo en esta solitud que ya no es soledad.

Damas negras que desfilan victoriosas sobre la avenida carmesí de nuestras memorias. Su presencia intangible es una llama en la noche oscura, es el agua para el fuego que arde, es la compañía en silencio, y son estas letras que las evocan.

Una gélida tarde de octubre, el rubor en tus mejillas desapareció por siempre, las nubes blancas consumieron tu apariencia, y en tus ojos la expresión última se fijó.

No pudiste ver nuestras miradas oceánicas, no sentiste el viento más frío ni la sombra más asfixiante. La habitación se volvió más grande, el silencio más tumultuoso, la confusión y el dolor más frecuentes.

Ahora descansas en el jardín violeta de la eternidad, o quizás, en el resplandor de esta cabeza que te extraña, en las ausencias, en las multitudes, en las tristezas y en las alegrías.

Vuelves en la lluvia tranquila de la tarde, en el roce violento del frío azul, en la mañana vibrante, y en la mítica promesa de una noche más.

Damas negras danzantes, son tan eternas como una noche de encanto oro en otoño, son el rumor ancestral, y el abismo que la muerte no puede reclamar. Abismo absurdo, promesa final, certeza absoluta, ¿con quién habremos de saltar?

Damas negras, escuchen su canción y beban del altar tan solo hasta la próxima ocasión…

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Fernanda Luna dice:

    Excelente nota, y es muy acorde a estas fechas de día de muertos. Un relato que te envuelve y te hace sentir realmente lo que el autor quiere expresar.

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  2. cheverisimolibros dice:

    las noches traen para los adoloridos solitarios que no han escogido su soledad, estos relatos que tan bien los retratan.
    Felicitaciones.
    William Alberto Salazar

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