Fantasía de amor/ A la orilla del Duero

Por: Ángel Labra

Fantasía de amor

Somos el navío condenado al lóbrego naufragio, somos la azul soledad del océano perdido. Me veo en la marea brava que llega a la orilla sin espuma, y te veo en la inevitable noche sin luna de este apocalíptico lugar.

La última vez que te vi fue en un sueño del final del tiempo: con el hálito glacial de Plutón cortando nuestros labios, y tu mirada de eterna avellana derritiéndose en un sombrío arrebato de pasión. Un segundo que fue una eternidad, un mundo que se descubrió efímero. En el rumor cósmico del final, nuestros labios se fundían en una última danza, con las máscaras de nuestras pasiones bien puestas, y la sombra de la roja aniquilación al acecho.

En el final de los tiempos una epifanía de ensueño por poco nos sustrajo del letal beso de la muerte roja. Se trataba de una fantasía como aquellas que convierten a los hombres en auténticos madmen: la reconciliación del alma que no se indemniza, la restauración de la reliquia rota por siempre, la triunfal entrada a los Campos Elíseos. Nos sumergimos una vez más en la vorágine tornasol del amor, y danzamos como las hojas de otoño vuelan alegres en el viento invernal, nos agotamos del roce vibrante de nuestra piel, hasta que el torbellino nos arrojó con violencia a una vastedad de blancura, a la llanura solitaria en el cauce de nuestra parada final.

Era el sueño de un loco que se perdió en el océano nostálgico de otro tiempo; cuando la tormenta era una premonición, y el naufragio un navío, la noche te tenía en su luna, y en la luz escurridiza de sus estrellas. Tus palabras llegaban a mis oídos como el murmullo suave de las olas por la mañana, tus besos me alcanzaban refrescantes en el soplo septentrional de nuestro viaje, y tu silueta se dibujaba casi perfecta en el resplandor del alba.

En el final del tiempo, el beso de la muerte se disfrazó de ensueño cetrino y de fantasía de amor.  En este lúgubre océano de mil soledades, nuestro mundo se congela, y se sumerge en una suerte de encanto fantasmal, con el brío aceitunado de tu mirada, y la melancolía asfixiante de nuestros amores torcidos.

En el final del tiempo, con el soplo gélido de Plutón paralizándonos por completo, y la púrpura aniquilación terminando con nuestros corazones, el amor plástico y la nostalgia de nuestros sueños finalmente se reencuentran.

A la orilla del Duero

A la orilla del Duero los peces se congregaban para la fiesta de todos los días, con las hogazas volando en picada, y las embarcaciones en su sitio de todos los años. En el horizonte las compañías de vino, en el cielo las estrellas de todos los siglos y el resplandor de las luces de Oporto.

Al borde del río, entre la calle y los peces, amantes efímeros sentados a contemplar la noche mientras sus palabras hilaban historias de bares y personas que la memoria prefiere olvidar durante el día.

 Los músicos anónimos con el violín o la guitarra entonando las canciones de Marley, y el sabor dulzón de Oporto flotando en partículas microscópicas.

Desde el andador, cruzando la calle, en el segundo piso de un edificio, los manteles y las sombrillas encuadraban a la pareja de todos los viernes comiendo Francesinha a pesar de las gaviotas y el sol.

La sombra de tu cuerpo flotando en el imaginario de mis sueños, se acercaba al borde de la calle a sentarse junto a mí. El viento veraniego sacudiendo mis nostalgias, y mis piernas llevándome al hostal de los azulejos azules calle arriba.

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