La vida es linda (Parte I)

Por Raúl Granados

Tiempo de lectura: 7 minutos

El pasado 23 de agosto se cumplieron once años de la matanza de 72 migrantes que tuvo lugar en San Fernando, Tamaulipas, resultado del cúmulo de violencia, pobreza, desigualdad, corrupción e impunidad que prevalece en Centroamérica, pero también en México.

Por un lado, los países centroamericanos, principalmente del llamado Triángulo Norte: Guatemala, Honduras y El Salvador, parecen estar empantanados en un pasado de inestabilidad política, social, económica y de seguridad, heredado de los tiempos de guerrillas que vivieron a finales del siglo pasado. Sin embargo, y a pesar de haberse logrado la “paz” en dicha región con la firma de los acuerdos de Chapultepec en 1992, lo cierto es que la paz parece no llegar a sus pueblos.

Es así que, en las últimas décadas se ha registrado un crecimiento considerable de la migración centroamericana que transita por México en busca del llamado “sueño americano”, que dado el contexto de una política migratoria estadounidense hostil comienza a transformarse en un naciente “sueño azteca”. Pero ¿por qué la gente huye de su tierra, de su país, de su hogar?

De acuerdo con la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes, existen al menos 14 razones documentadas por las que los migrantes centroamericanos han dejado sus países; sin embargo, destacan tres principales: pobreza, desigualdad y violencia.

Persona Sosteniendo Monedas

Con base en información de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para la América Latina y el Caribe, entre 2005 y 2017 la pobreza en Centroamérica varió según el país. Mientras que se redujo marcadamente en Nicaragua y Panamá, y levemente en El Salvador y Costa Rica, aumentó en Honduras y, sobre todo, en Guatemala. Asimismo, a pesar de que ésta es una región sin grandes conflictos internacionales o guerras civiles, es la región más violenta del mundo. Entre los cinco países de América Latina con mayores tasas de mortalidad por homicidios, dos son centroamericanos: Honduras y El Salvador. Este último destaca al mantenerse en los últimos años como el país (sin guerra) más violento del mundo.

Al respecto, la violencia generalizada en estos países está determinada por Estados débiles y corruptos que amedrentan a su población y los persiguen por razones políticas, como en el caso de Honduras y Nicaragua; altos niveles de violencia doméstica y de género, expresada en un aumento de feminicidios y asesinatos de la comunidad LGBT+; que se combina con la presencia de pandillas y redes del narcotráfico, acentuando los factores de riesgo.

En este sentido, se debe recordar que, a mediados de los ochenta las pandillas más grandes: Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18, nacieron en las calles de Los Ángeles, producto de la crisis migratoria por las guerras civiles vividas en Guatemala, Honduras y El Salvador y como defensa ante las pandillas mexicanas que ya operaban en California, así como de los abusos de grupos xenófobos violentos en Estados Unidos. Una vez terminados los conflictos militares en Centroamérica, las pandillas retornaron a sus países de origen y aumentaron su alcance territorial organizándose en decenas de grupos de hasta 700 personas conocidos como clicas. Así, el crimen organizado ha transformado al norte de Centroamérica en una de las regiones más violentas y peligrosas, obligando a millones de personas a abandonar su hogar, al ser víctimas de reclutamiento forzado, amenazas, persecuciones y extorsiones que, en la norma marera, se paga con la vida.

La Foto En Escala De Grises De La Escena Del Crimen No Cruza La Cinta

Vis-á-vis la situación centroamericana, los millones de migrantes que llegan a México con la esperanza de reiniciar su vida en otro país que les ofrezca mayores oportunidades y seguridad (ya sea en Estados Unidos o aquí), se encuentran con una realidad no muy distinta a las de sus países de origen, pues al llegar a México vuelven a ser víctimas de los fantasmas de los que huyeron.

De acuerdo con las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), México ocupa uno de los sitios más altos de criminalidad de América Latina, al registrar –hasta marzo de 2021- un total de 36 homicidios por cada 100 mil habitantes. La causa de esta cifra, es la disputa territorial que mantienen para la ejecución de actividades ilícitas los nueve cárteles de las drogas que operan en todo el territorio nacional, que asociados con al menos 37 grupos delictivos locales, se dedican –además del trasiego de drogas- también a la extorsión, secuestro, robo, tráfico de personas y narcomenudeo (Lemus, 2021).

Así, los cárteles, muchas veces asociados con las policías e instituciones locales, han tomado como rehenes a los grupos de migrantes que transitan por México, sobre quienes se ha focalizado la violencia, particularmente en las zonas fronterizas. Cárteles como Los Zetas y Jalisco Nueva Generación mantienen el control de estados como Tabasco, Chiapas y Tamaulipas.

Primera tarea del líder de Los Zetas: Mantener el control de Nuevo Laredo -  InSight Crime

En medio de este contexto de violencia, inseguridad e inestabilidad transfronteriza, casas migrantes como La 72 -que surge en memoria de los 72 migrantes asesinados en San Fernando-, ubicada en el municipio fronterizo de Tenosique, Tabasco (uno de los principales puertos de entrada a la migración irregular en la frontera sur), son un faro de esperanza para todas aquellas personas que llegan a México huyendo, flageladas y agotadas (física y emocionalmente) por el camino, ofreciéndoles la oportunidad no solo de descansar y regularizar su situación migratoria, sino también de compañarlos en la defensa de sus derechos humanos que se ven violentados al ser víctimas de delitos graves.

Hoy escribo desde esta casa migrante, donde he permanecido desde hace más de un mes y en la cual me he encontrado con una cruda realidad que, por decir lo menos, resulta inverosímil. Estar aquí y vivir con los compas migrantes sus miedos, temores e inseguridades; acomapañarlos por un momento en su calvario migrante te sumerge en una subrealidad desconcertante, de indefensión y vulnerabilidad, en la que sobrevivir es la constante.

Sin embargo, a mitad de la selva, en medio de una batalla contra el establishment corrupto, el crimen organizado y la xenofobia, hay compas migrantes que, a pesar de, aparentemente, haberlo perdido -o dejado- todo en su tierra, siguen sonriendo, soñando, luchando por llegar “allá arriba”, al norte, con la esperanza de reiniciar, de comenzar de nuevo, con mejores oportunidades, condiciones y la anhelada paz que no han podido encontrar en sus países. Así, cada que compartimos una corrida de naipes, un partido de fútbol, una noche de karaoke, una tarde de baile -que sirven para hacernos olvidar todo lo malo que ocurre a nuestro alrededor- o una simple plática bajo el sofocante sol sureño, me hacen recordar que la vida sigue siendo linda.

Referencias:

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Caleb L. Rojas dice:

    La violencia se ha exacerbado no solo en las calles sino también en las casas tras la pandemia. El mundo está quizás en la mayor crisis de salud mental que he percibido hasta ahora. Millones de mexicanos siguen emigrando a Estados Unidos. Pero ahora México se está convirtiendo en el muro de Estados Unidos y bloqueando el paso de centroamericanos al norte. Muchos viajan con niños y huyendo de la violencia y el hambre que solo representa la triste realidad de un tejido social que sigue sin tener poco gancho e hilo para hacerse más grande.
    Gracias por tu labor y tu nota.

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  2. cheverisimolibros dice:

    Que buena crónica. Labor loable la tuya, que muestra y hace réplica, de una situación de violencia repetitiva, tanto en causas y consecuencias, que aqueja nuestros pueblos. Espero la segunda parte.
    William Alberto

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