Viernes

Por Fernando Miranda

Tiempo de lectura: 4 minutos

No es mi culpa no ir cada domingo a misa, sino al contrario. La culpa la tiene la vieja Zenaida y Luis. Todas las mañanas de los días viernes, de los últimos diez años es que puntualmente colgaba una bocina con música. ¡Música cristiana, por amor de Dios! Mi abuela, que en paz descanse, era de las ideas más respetuosas y más chingaqueditas. Carecía de tolerancia a grandes extremos. Cuando un día fue al lugar de la primera del metro y escucho las alabanzas a Yave, y rezos grabados, entonces fue que de su hermosa boca sin dientes salieron frases tan justas y pecadoras.

–Pará sus mamadas en su casa. Pinches golpes de pecho y después vengase a su reino.

-¡QUE CARNOTAS! Decía su suegro desde una tumba abandonada.

Yo solo me reí, apenas tendría quince años. Tiempo después nos contó que ella andaba detrás del abuelo, detrás de sus huesitos panteoneros y que ese lugar lo había hecho con todo, menos con las manos. Oh bueno si también. Imagínense tener que soportar a la de a fuerzas música cristiana, durante diez años, durante momentos de desagrado, de felicidad y de tristezas. Mi abuela murió y sin importar el luto que cargábamos es que ella apagó la bocina.

-¡Cansado del camino, sediento de ti!

Al menos me he aprendido un verso. Pero yo no soy ateo, tengo la religión católica por imposición más que por decisión. Ellos también lo son y no sé porque escuchan esas canciones (tal vez por calmar los demonios). Se la viven en la iglesia, casi casi ya dan la misa por el padre. Y está bien, yo respeto, pero ellos no respetan que no a todos nos desagrada y hace aburrida ese tipo de canciones.

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Si supieran que la vida que llevo a mis cortos veintiún años es un degenere y perturbación emocional; que me voy de vago en los pensamientos más sedientos de sal y carne, que mi bebida favorita es el sudor y las lágrimas ajenas, que cuando busco a quien más quiero –y que también estoy llegando a amar– me desconozco por querer comérmela a besos, sin dejar espacios de piel sin la huella de mis labios gruesos. Lo peor de todo, es que me duermo en misa y no comulgo. Eso les pesa y están que se los lleva la chingada. ¡Qué barbaridad! Dentro de pocas horas vendrá Cruz, y esa cruz será la última que me cargue en estos días. Siempre he pensado que a Dios nunca hay que meterlo en asunto de hombres.

–¡Dios, por favor que no lo mate!

–¡Dios, que me gane la lotería!

–¡Dios, haz que arranque el auto!

–¡Dios, que sea niño por favor!

Me perdonarán, pero Dios no mueve la varita mágica recostado en un sillón, tocándose la barriga llena de rezos y ya, los problemas se arreglan por si solos. Yo creo que Dios solo es nuestro apoyo emocional: el amigo que, aunque vive lejos, está ahí y no te deja sufrir solo. Al menos así lo siento, y estoy agradecido de al menos en creer en algo y no estar con una gran duda existencial a la deriva como muchos. El es mi tumba, burros de las situaciones con poca vida y mucho menester.

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Es viernes, señores, de muchos golpes de pecho, para que después se coman a la hija del que vende patas de puerco: porque se ve que ya perdió, que ya hasta dejada está, que ni hijos puede tener. Gente con educación religiosa, pero con cero empatía y moral; han de creer que esta última solo sirve para dar moras. La gente no deja de pasar en este tianguis frívolo, donde los demonios vienen en forma de apostadores y juegos con una bolita imaginaria, y se ponen en cajas de madera para fruta. Te jalan del brazo, te embaucan en un movimiento mientras que la mujer que te pregunto cuánto querías apostar, te está bolseando sin que te des cuenta. Te dejan ganar el primer juego, si, pero el segundo ya no. Después te ofrecen un tercero para recuperarte, pero también lo vuelves a perder.

Es un tianguis largo, a casi llegar a los pies del coyote hasta llegar a donde el indio está triste, todo sobre la calle de los elegantes Hombres Ilustres. Hasta los nombres te dicen que hay algo que huele mal. Pero no se preocupen que la vieja Zenaida ya está leyéndole la biblia a su hijo Luis. ¡Estamos salvados! Lo bueno es que existe el libre albedrío. Por cierto, no les he dicho que es lo que venden. Hasta se van a carcajear conmigo. Venden ropa interior, la que sobra en las noches de caricias interminables. Tangas, conjuntos de pasión, trajes de baños braceares de a montón. Al final hasta el más cristiano es una oveja descarriada.

II 

Cuando le bailé en un momento improvisado, fue que sentía que no era ya ella; su depresión absurda y su encerramiento obligatorio dentro de un amor que no iba a ser posible, era todo lo que susurraba: no serás más de mí. Me corrió desde la marquesina, me escupió un adiós tan áspero en el último abrazo que me dio, además de que la lluvia tintineaba en los tanques de gas que lloraban cantando melodías tristes, diáfanas, poco congruentes con lo que se había platicado en el almuerzo. El candil prendido, el alma apagada, los ritmos queridos, y las albricias esperadas quebradas a las seis de la tarde. Volví a ese infiernito perverso donde la vieja Zenaida seguía acomodando tales prendas del diablo; pero este andaba más suelto y jugando con la vida de su hijo todo abandonado, solterón a los cincuenta, con una hija que no le llama «padre» y una exesposa que ama al padre de la iglesia en la que va. Él no sabe que con él se casó. Por ello el chisme no es pecado, cuando se nombra con letras grandes, como en las que se escribe el nombre de Dios.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Aldair dice:

    Es un texto, con un léxico poco usual de lo que frecuentó leer, he cierto lo que dice el texto, y lo cito «gente con educación religiosa, pero con cero empatía y moral», que así es, cómo yo creo, que la sociedad católica siempre se ha manejado, a pesar de los tiempos.
    También me ha parecido interesante, con pelo autor describe las situaciones y actitudes que los personajes vivien. Por último diré que es un texto muy entretenido y refrescante el momento de leer.

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    1. Anónimo dice:

      Todo texto con Dios de por medio escuece los espíritus. Y claro que este no se queda atras.
      Alberto

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