Por Fernando Miranda
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Hay que comer al mismo tiempo que sobrevivir en la soledad y con tu ausencia; las noches más espesas no las he vivido, las he muerto, y al amanecer intento no tener que recordarte porque tu estas allá, sin mí y en el olvido de mi incredulidad.
Las papas se tienen que lavar antes de pelar o cortar, las limpio con tela para que no se resbale con el cuchillo; me dan ganas de cortarme tus palabras que arrastró en la piel y de matar las ganas de buscarte. Hay que cortarlas en cuadritos, en pequeños cuadritos donde ponga tu foto y quepas solamente tú, ni yo, ni tu manía de querer siempre estar y no estar a la vez. Son cuatro papas a picar para hacer mi comida, para ver si esta vez me asfixio con un poco de ellas.
Pienso este verso, y creo que a todos les podría desagradar porque la comida es sagrada, porque no hay otro lugar en donde te puedes olvidar de vivir; pero seamos honestos, la hora de la comida solo es el refugio para los hombres como yo, que no saben qué hacer con sus problemas. Yo hoy si sé qué hacer con ellos, hoy haré un poco de picadillo sin jitomate, solo las papas, chiles de árbol, sal, ajo, cebolla, y además la carne molida de res y puerco. Mientras te pienso y te hago el mejor verso que hayas leído, creado desde la cocina que nunca conociste, desde las flamas mierda que no calientan mucho, pero hacen algo.
No es un reclamo, mucho menos una exigencia el que tu estés, pero si no estás, y yo siempre estoy, mañana no estaremos ni tú, ni yo, no estaremos juntos.

Terminé la primera papa, y quedó bien a mi gusto, ya que hubo cuadros que, aunque no salieron como pensé, quedarán al dente para saborearse mejor. Me acuerdo de nuestro primer almuerzo: los dos hablando por los codos menos por la boca porque estábamos comiendo, tu pelo ondeando con el viento y esa boca que hacía que la comida no se desbordar por la risa que teníamos entre cada bocado.
Sé que los sueños terminan, y no duelen cuando lo hacen; este no fue un sueño, fue la vida misma y esta duele como duele el aceite que brota cuando echo al sartén la cebolla para freírse un poco. Molesta, arde la quemadura de un sentir que no es comparable a ninguno otro en otra etapa de la vida, y aunque ya sabía que era algo inevitable, hoy me toca sufrir; me he quemado y no con el aceite, sino contigo.
Por fin acabé con las papas, por fin las echo al aceite a freír. Meneo de un lado a otro buscando respuestas a tu cambio, a tu retirada tan fugaz y loca que me ha confundido como se confunden los buenos marineros, los buenos perros al olfatear los rastros de un crimen que no ha sucedido. Bailo con mis pies y en el pensamiento cuido que no se quemen las papas. Trato de no echar a perder la comida, como yo me eché a perder.
Quema el calor de un día de primavera donde te fui a buscar en el abismo de mil problemas temperamentales, y debajo del sauce estabas, con las rodillas al pecho, pero con una sonrisa extraña. Me estabas diciendo que estabas mal pero no me necesitabas.

Por poco se queman las papas, es hora de echar sal y el ajo molido. Después un meneo para que se mezcle todo, no olvidemos que la flama debe estar un tanto baja y no toda alta porque se arrebatan nuestros sabores; después la carne y con ayuda de una cuchara hay que separar la carne, dejar que se cueza hasta eliminar todo color rojo.
Pasemos a cuidar que no se arrebate el fuego, a que no te vayas sin olvidarme. No tanto lo que hice por ti, sino lo que fui; hay dolores más fuertes que irse a la cama sin bocado, de irse sin despedirse al trabajo, de irse molesto y no regresar jamás a casa; duele más que vivas en un pensamiento que nunca fue lo que pensaste que era, y que en él mueras lento, lento muy lento como la res y el puerco en el matadero para que comas hoy, maldito cerdo. Pienso, que no hay otra opción más que comer y sentarse pensando en tu nombre con letras grandes adornadas con distintos adjetivos del cómo tú me piensas.
Ya casi cuando todo rastro rojo se haya ido, hay que cortar dos chiles verdes de árbol en julianas delgadas y echárselos, después mezclas y bajas totalmente la flama, tapas y dejas salir todos los jugos de la carne, como si fuesen lágrimas que ruedan con paciencia.
Calientas tortillas, que sean en el comal para tener una experiencia completa, las dejamos hacer un poco tiesas y que se doren. Sirves en un plato hondo, cortas dos limones, pero esto ya va para el gusto de cada quien. A mí me gusta bañar la comida en jugo de limón, ajustamos con un poco de sal y buen provecho.
Con cada bocado me da coraje y me desquito en la comida, me da cosa que tu ausencia siempre me acompañe y que en la vida se pierda, no solo de una manera, sino de varias.
Quise pensar que me perdiste, pero yo fui el que perdió confiando en que tú si me querías siempre, pero a ti te dieron toques de arrepentimientos y una pizca de interés por otras cosas. Al final la vida solo es soledad a la hora de picar papas y hacer la comida.
Es muy interesante mezclar entre hablar de comida y los recuerdos de un amor, creo que todos en algún momento hemos paso por hacerlo mientras cocinamos o incluso hasta en cualquier actividad de nuestro día a día. Es genial.
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El amor y la comida, podría decirse que son cosas distintas pero en realidad no es así, van ligadas una a la otra y el sentimiento siempre es transmitido en ella. Me encantó el texto. ❤️
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Me encantó, felicidades.
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