Por Gabriela Peña
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El impacto de la vacunación en la salud pública ha sido uno de los mayores aciertos para la prevención e incluso erradicación de ciertas enfermedades que en el pasado habían sido protagonistas de grandes epidemias, tal es el caso del virus del sarampión.
Los registros que se tienen respecto a las primeras epidemias de sarampión son de hace 1800 años en el Imperio Romano y China. Es a los médicos Alleyuhi (en el siglo VII) y al médico Rhazes (siglo X) a quienes se le atribuyen las primeras descripciones de la enfermedad. Entre los siglos XVII y XIX se presentaron varias epidemias en Europa, y fue durante una de estas, ocurrida en Londres, que se notifica por primera vez de manera separada al sarampión de la viruela, ya que anteriormente eran reconocidas como una sola entidad. De ahí que el primer caso reportado en América fue en 1657.
Durante muchos años la manera en que se comportaba la enfermedad era desconocida. Fue hasta 1846 que el médico danés Peter Panun definió los periodos de incubación y transmisibilidad del sarampión. Para 1911, Goldberger y Andersen demostraron la naturaleza infecciosa de esta enfermedad. Años mas tarde, en 1954, los científicos Enders y Peebles lograron aislar el virus por primera vez en cultivos de células renales humanas, así como demostrar la capacidad del suero de la sangre de los pacientes que ya habían tenido la enfermedad de neutralizar los efectos del virus.

Sin duda, estos descubrimientos fueron las bases y primeros pasos para el desarrollo de la vacuna que vendría a modificar la calidad y sobrevida de los niños del mundo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), antes de su introducción se estimaba que cada 2 a 3 años ocurrían epidemias de sarampión que llegaban a causar cerca de 2.6 millones de muertes por año.
La luz llegó en el año de 1963, cuando después de varios ensayos clínicos (1958 -1962) se obtuvo la primera vacuna contra el sarampión. En 1965 Estados Unidos inició campañas de vacunación. En el caso de México la vacunación masiva inicio hasta principios de los años 70´s. A pesar de ello se seguían reportando casos y lamentablemente muertes.
En 1974 la OMS lanzó la creación del “Programa de Inmunizaciones en el Mundo” cuyo objetivo era hacer llegar y poner a la disposición a los países en desarrollo un esquema de vacunación contras seis enfermedades: tuberculosis (BCG), difteria, tétanos, tos ferina, poliomielitis y sarampión. Tres años más tarde fue implementado por la Organización Panamericana de Salud (OPS) para los países de la región de América.

Tras la introducción del programa; para 1990 se reportaban 29 millones de casos en países en desarrollo, con un total de 880,000 muertes. En América Latina se reportaron tan solo 2,109 casos en 1996, lo cual sugería la eficacia y éxito de la vacunación.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, ya que desde hace años hasta la actualidad los movimientos antivacunas han interferido en este importante logro de la salud pública. Estos se originan por personas que por diferentes motivos ya sean: religiosos, científicos, políticos y/o filosóficos creen que las vacunas y el acto de vacunarse supone un mayor riesgo para la salud, cuestionando su eficacia, seguridad y verdadero valor protector.
Parte de estos movimientos han cobrado fuerza por eventos ocurridos en los años 90. En Inglaterra el médico gastroenterólogo, Andrew Wakefield, adscrito al Royal Free Hospital de Londres participó como coautor en una investigación sobre la relación entre la vacuna triple viral (Sarampión, Rubeola y Parotiditis) y la enfermedad de Crohn y/o colitis ulcerosa, que terminó en la publicación de un artículo en la prestigiosa revista “The Lancet” en 1995.

Tres años más tarde, Wakefield junto con 12 coautores, hicieron una publicación en la misma revista en la que se habían estudiado a 11 niños y una niña, con edades entre los 3 a10 años, en quienes se reportaba que habían crecido y tenido un desarrollo cognitivo de manera normal; pero presentaron síntomas intestinales que coincidían con la involución de habilidades previamente adquiridas, alteraciones del lenguaje y comportamiento. Del total de niños estudiados 9 desarrollaron autismo, 2 encefalitis y 1 psicosis y 8 de ellos habían recibido la vacuna triple viral. Por lo tanto, asociaban las alteraciones intestinales con las neurocognitivas, cuyo desencadenante en común era la vacuna triple viral.
A partir de entonces Wakefield, se convirtió en uno de los principales personajes y estándar de referencia de los movimientos antivacunas, haciendo hincapié en que la única vacuna efectiva era una simple con un solo antígeno. Lo que el mundo desconocía es que los datos de su investigación estaban manipulados por intereses propios, ya que años atrás había solicitado una patente para una vacuna simple contra el sarampión; misma que le fue negada.
En el 2004, el periodista Brian Deer publicó en el “Sunday Times” todas las irregularidades y mentiras que había en los resultados del artículo de Wakefield, mismas que fueron comprobadas. Además de que se demostró que su investigación fue financiada por un grupo de abogados que estaban en contra de la industria de las vacunas.

Por ello, el Consejo Médico General del Reino Unido abrió una investigación formal en contra de Andrew, en esta se probaron 32 acusaciones en su contra por fraude y abuso de los niños, quienes fueron sometidos a numerosas pruebas innecesarias e invasivas como: endoscopias, biopsias intestinales, radiografías, resonancias y punciones lumbares. Derivado de esto, en el mes de febrero de 2010, la revista The Lancet se retractó del artículo, a pesar de ello y de la poca ética de esta investigación, la influencia que tuvo a nivel mundial fue bastante y hasta la fecha repercute en la salud de nuestros niños.
Hoy día, el sarampión continúa siendo causa frecuente de muerte en niños pequeños, en el 2016 se reportaron 89,878 muertes en todo el mundo, de acuerdo con datos de la OMS.
Referencias
- 404. (s. f.-b). sarampión. Recuperado 29 de enero de 2021, de https://www.who.int/sarampion