Por Gabriela Peña
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La luna es el satélite natural de la Tierra, de hecho, el único que posee. Respecto a su formación existen varias teorías, sin embargo una de las más aceptadas tras el análisis de muestras traídas por una misión Apolo por parte de la NASA, es que surgió hace aproximadamente 4,500 millones de años, producto del impacto entre la Tierra cuando era un protoplaneta y el cuerpo astronómico llamado Theia, cuyo tamaño era similar al de Marte. Tal colisión provocó la expulsión de una gran cantidad de escombros a la órbita, alrededor de la Tierra; estos se fusionaron para dar lugar a la Luna.
En las primeras etapas de su formación, tanto la Luna como otros cuerpos del Sistema Solar sufrieron impactos de grandes asteroides dando lugar a los cráteres observados. El cráter más grande cubre hasta una cuarta parte de su superficie, es conocido como la Cuenca de Aitken-Polo Sur. Tiempo después, los mares lunares comenzaron a formarse ya que se produjo una época de vulcanismo en la que se emitían grandes cantidades de lava.
Por muchos años, la Luna solo pudo estudiarse desde lejos, eso terminaría el 20 de Julio de 1969 cuando se llevó a cabo la misión Apolo 11, ésta llevaría por primera vez a los humanos a la Luna. El análisis de las rocas recogidas por los astronautas durante esta misión, demostraron que la Tierra y la Luna tienen cierta conexión, específicamente muestran proporciones idénticas de isótopos de oxígeno. La explicación más simple sugiere que tanto la Tierra (cuando era protoplaneta) y Theia debieron haberse formado a distancias casi similares.

Desde entonces hasta la fecha ha sido sujeta de estudio, siendo la presencia de agua uno de los temas más estudiados y debatidos. Hace años se creía que nuestro satélite natural, era un lugar seco, sin movimiento ni cambios. Y es que la Luna no posee una atmósfera lo que significa que nunca ha podido fluir agua a través de su superficie.
¿De dónde surge la idea de la presencia de agua? La luna tiene cráteres polares que siempre están en sombra, debido a la inclinación de tan solo 1.5° del eje de rotación de la Tierra y cuya temperatura puede descender hasta 200°C bajo cero. Así que cualquier gas que pase por estas zonas quedará congelado y atrapado. Lo anterior sugiere que, tras el impacto de asteroides con alto contenido de materiales volátiles, una gran parte se dispersaría y la restante se acumularía dentro de estas regiones. Siendo así, fuentes de hidrógeno, oxígeno y por supuesto agua.
Fue en los años 90 que se obtuvo finalmente un mapa del relieve lunar para estimar la superficie de los cráteres polares cuya área es de aproximadamente 13,000 km2. Para 1994 la NASA en conjunto con el Departamento de la Defensa, enviaron la sonda Clementine, para así poder fotografiar este tipo de cráteres y al mismo tiempo intentar detectar hielo en su fondo, no obstante, los resultados no fueron concluyentes.

Cuatro años más tarde se la lanzó la sonda Lunar Prospector, para detectar hielo en los polos y como resultado se identificó hidrogeno, pero al igual que el anterior; nada convincente. Ya que éste no solo podría venir de moléculas de agua sino también de sus parientes químicos más cercanos como los grupos de hidroxilo y átomos de hidrógeno.
En 2009 la NASA hizo impactar una sonda llamada LCROSS contra un cráter llamado Cabeos, lo que provocó que se levantara una nube de materiales que se analizaron para buscar agua helada, reportándose más tarde información poco satisfactoria; parecía haber hielo, pero muy poco. Lo mismo sucedió con el lanzamiento de la sonda Chandrayaan-1, que fue la primera misión lunar de la Agencia India de Investigación Espacial (ISRO). Esta última junto con la misión Cassini y la Deep Impact examinaron la superficie lunar y encontraron evidencia de H2O en lugares más soleados.
Recientemente, el pasado 26 de Octubre de 2020 se publicó en la revista “Nature Astronomy” un artículo denominado “Agua molecular detectada en la Luna iluminada por el Sol por SOFIA”, que ha emocionado a muchos. Y es que como ya has leído, desde hace años había indicios que sugerían la presencia de agua, sin embargo, el método empleado no era suficiente para diferenciar si se trataba de agua molecular (H2O) o de hidroxiles (OH).

La investigación fue dirigida por la Dra Casey Honniball de la Universidad de Hawái, usando los datos obtenidos del Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja (por sus siglas en ingles SOFIA) perteneciente a la NASA y transportado en un avión Boeing 747. Como su nombre lo indica observa en longitudes de onda infrarroja pudiendo identificar fenómenos que de ninguna manera se podrían ver con luz visible.
Así que usando SOFIA y la cámara infrarroja de objeto tenue para telescopio (FORCAST), se hicieron observaciones de la superficie lunar a 6 µm el 31 de agosto de 2018. Los resultados obtenidos revelarían una fuerte banda de emisión en el cráter Clavius (cerca del polo sur) y su alrededor, para determinar si las propiedades espectrales de los 6 µm eran consistentes con los espectros particulados que contienen agua, llegando a la conclusión de que concordaban. Lo anterior confirma la presencia de H2O en área iluminadas por el Sol. Sin duda alguna, es un gran avance del que posteriormente sabremos su valiosa utilidad.
Referencias
- Honniball, CI, Lucey, PG, Li, S. et al. Agua molecular detectada en la Luna iluminada por el sol por SOFIA. Nat Astron (2020). https://doi.org/10.1038/s41550-020-01222-x