Por Gonzalo Barrientos Chávez
Ya no interpretamos, aceptamos sin meter las manos, distorsionamos la vida y por lo tanto recorremos abismos de calvario, guiados por falsos líderes y propósitos que nos mantienen vacíos. Hace unos años leyendo El Kybalion, me topé de frente con una historia que con el tiempo he ido captando como alegoría, es decir, que la composición y sus elementos conllevan en cierto sentido un carácter simbólico de fondo y que desde entonces me parece especial y generosa por su manera de compartir.
Se dice que en Occidente durante la Edad Media, químicos de la época hallaron y trataron de imitar el conocimiento de las tradiciones de los antiguos imperios, sobre todo del ancestral pueblo egipcio. Los alquimistas, como se les conocía, buscaban a través de la fusión de los metales base, sintetizar la anhelada sustancia que les permitiese adherirse en la eternidad, aun permaneciendo con su cuerpo físico, además de poder convertir hasta el plomo en oro, todo con ayuda de la perfección de la piedra filosofal o gran obra.
Ésta es de ese tipo de historia que para nuestros días tiene toques de fantasía, recae en lo legendario y por lo general se cuenta sin interés y a medias, no se somete a la examinación ya que para la aclamada y recta ciencia no tiene valor y por ello los cuestionamientos al respecto siempre quedan descartados o considerados como fruto del repertorio de la ilusión.
Quizá el escepticismo se debe a que hemos aceptado esa idea de recibir tras cada acción, de darle forma tangible a cada pensamiento, de transformar parcialmente ya por pura necedad a la naturaleza visible, sólo para sentirnos satisfechos. A lo que me refiero es que uno ya no se aventura por vivir la mera experiencia, al contrario hoy cada uno va sólo para recibir méritos y recompensas, dedicados a crear y acumular falso oro, en un sistema que en parte se desvive por seguir reproduciendo modelos que estigmatizan y condicionan el panorama para interpretar, haciendo que lo que aparezca sean las conductas de consumo salvaje, sin dejar de aplaudirlas… Aquí y ahora no hay tiempo para la reflexión que no termina en objeto, no hay tiempo para el éxtasis equilibrado del alma.
En la alegoría, el logro en cierta medida es materializar el oro o capital, y si lo queremos ver distinto, también es combinar, adaptar, acomodarse y sacar el mayor beneficio de las múltiples experiencias de la vida (metales) para concebir creaciones dignas, porque nada surge de la nada y nuestra suerte como humanos es aprender de lo que el Universo en su fluir nos comparte, para así tender con voluntad, esfuerzo y orgullo en el camino de adversidades y peripecias hacia la prosperidad de lo necesario, así como de ascensión, perfeccionando la mente como si fuese la piedra, depurándonos de pensamientos superfluos y de apegos genuinos o por convicción, de lo que en vigilia nos condena.
Se nos ha educado para aceptar, seguir de largo y no cuestionar los planteamientos, nos hemos y nos han hecho esclavos del dinero, de experiencias pasajeras, proyecciones efímeras y lo que tras todas las capas no nos llena, somos la espera de que las buenas cosas nos lluevan, confort y no contradecir. Entendamos que no venimos a luchar ni a gritar pero es necesario dejar de vivir como si sólo existiese la postura lineal, desprendámonos de lo que no nos representa, detengámonos a contemplar, a pensarlo, a sentirlo, a crear y tomar con el corazón, seamos la oposición de las ideas conservadoras, egoístas y de evidente ruina para que aprendamos a llevar el viaje como unidad, entre individuos diversos que confían y comparten con quien sea, porque cualquiera, si se aferra, vale la pena, y no como extraños que compiten y se matan por materia.
Excelente publicación y muy buena reflexión! Gracias Gonzalo!!
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